Stalin, contemporáneo de Putin

Boris Kagarlitsky

Este año se cumplen los 80 años de los trágicos acontecimientos de 1937. La represión masiva en la Unión Soviética ya había tenido lugar antes, y los camaradas del partido en oposición a la dirección habían sido sistemáticamente perseguidos y exiliados. Pero fue en ese año que la represión no sólo alcanzó su clímax, sino que cayó sobre muchas personas que no tenían relación con la política, o miembros del partido completamente leales a la línea general.

No es sorprendente que el público liberal reaccione a este aniversario con proliferación de artículos sobre los horrores del totalitarismo, demostrando la conexión inseparable entre las ideas comunistas y el terror. Lo sorprendente es lo otro. A pesar de tres décadas de constantes revelaciones e innumerables publicaciones sobre los crímenes de Stalin, la popularidad del Generalísimo sigue en constante crecimiento.

Los publicistas liberales reconocen esto, y se instan unos a otros a publicar textos aún más expositivos y contar más horrores. Por razones muy comprensibles, el resultado es el contrario al que se espera. Si durante todo este tiempo sólo han conseguido hacer crecer la popularidad de Stalin, entonces ¿cómo saben que si siguen confiadamente haciendo lo que hicieron tontamente y sin éxito antes, pueden lograr un resultado diferente? 

Sin embargo, ¿cuál es la razón de que la popularidad del líder soviético no sólo esté creciendo, sino que impida la popularidad de los políticos vivos y activos? En realidad, uno no puede hablar seriamente de alguna calificación positiva para cualquier personaje oficial excepto Putin, aunque tampoco es necesario. Porque con Putin todo es de alguna manera insignificante. Después de todo, no importa cuán inflado esté su rating atrayendo servicios sociológicos; en comparación con Stalin, pierde. Si hubiese elecciones en este país en las que el difunto generalísimo se postulase, junto con el presidente en ejercicio, el primero le ganaría el segundo con una ventaja devastadora.

Es fácil comprender que la popularidad de Stalin entre los ciudadanos de Rusia es el reverso de la impopularidad del orden social y político existente. Y también, que es el rechazo por el pueblo de la ideología y la práctica del liberalismo. En esto la conexión es más directa. Cuanto más un liberal vincule la propaganda de sus ideas con la denuncia del estalinismo, más positiva será la actitud de las masas hacia el "líder de los pueblos". Al expresarle una valoración positiva, la gente evalúa al mismo tiempo lo que ve a su alrededor, y a los que hablan repetidamente de los horrores del totalitarismo. Después de todo, es más que claro que las historias constantes sobre crímenes pasados ​​no son más que un intento de justificar e incluso sustentar ideológicamente los crímenes que están teniendo lugar ante nuestros ojos. Y la fórmula de Joseph Brodsky (1) "el ladrón me resulta a mí es más caro que los chupasangres" se transforma ahora en la glorificación y la propaganda del robo como la única manera de proteger a la sociedad de una pesadilla totalitaria. 

Pero en la sociedad están madurando estados de ánimo completamente diferentes. La idea de la necesidad del castigo cruel a los ladrones se vuelve tan generalizada que a largo plazo se basa en una nueva idea nacional. Y si hace veinte años era posible defender a Stalin, argumentando que fue grande a pesar de la represión, hoy en día un buen número de personas empiezan a pensar que fue grande debido a eso.  

Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la comprensión del papel histórico de Stalin y las trágicas contradicciones de la historia soviética. Pero no hablamos de una persona real que murió el 5 de marzo de 1953, sino de la imagen ideológica que funciona hoy en la conciencia de nuestras masas y no sólo que está completamente viva, sino que, al igual que todos los seres vivos, se desarrolla y cambia. Es poco probable que la mayoría de los que hoy prefieren Stalin a Putin les gustaría vivir en 1937 o quisieran repetir esos eventos hoy. Pocos de los actuales estarían dispuestos a estar en las mazmorras del NKVD en el sitio de los "viejos bolcheviques", ni siquiera el lugar de Yezhov o Beria. Sin embargo, con una certeza aún mayor se puede decir que esas personas que piensan con nostalgia en la década de 1930, categóricamente no quieren seguir viviendo como viven hoy, y que claramente no están contentos con el estado actual del país. Y esto es más que racional. Pese a que dicen los publicistas liberales, no hay detrás de esto un mítico "amor popular por los verdugos", sino una evaluación sobria de la situación sociopolítica y cultural que se desarrolló desde principios del siglo XXI.

Y entonces, tal vez, lleguemos a lo más importante. La creciente popularidad de Stalin refleja en esencia tanto el deseo de las masas populares por transformaciones sociales, como la falta de voluntad para luchar por las mismas, organizarse desde abajo, actuar por iniciativa propia. Stalin, a su entender, fue el líder, que no sólo se impuso sino también logró resultados. Ir detrás de un líder así, incluso si es cruel e impredecible, tiene sentido porque uno puede creer en sus éxitos pasados. Sin embargo, no hay un líder así en nuestra realidad presente, existe solamente en nuestra imaginación.

Paradójicamente, Putin también pretendió el mismo sitial imaginario durante mucho tiempo. En general, el imaginario Putin era siempre menos real que el imaginario Stalin, pues los éxitos del generalísimo fueron de alguna manera un hecho histórico, y se lograron en la lucha contra poderosas fuerzas hostiles y en circunstancias dramáticas, mientras que los éxitos de Putin en su mayoría son de éxito de “relaciones pçiblicas” en circunstancias favorables. Y, en última instancia, fueron estas circunstancias, no el sus RRPP, las que trajeron el éxito.

Putin fue visto como el líder que nos sacó del horror de los años noventa, pero nunca lo fue.

Si alguien hubiera podido apropiarse de este mérito, sería Evgueni Primakov (2) quien durante su corta presidencia, logró romper algunas tendencias económicas y sociales. Pero mientras la situación mejorara, también lo hizo la calificación de Putin (real, no dibujada). Ni siquiera necesitó RRPP para esto, bastaba simplemente consolidar en la mente de la gente la asociación entre el presidente en ejercicio y el estado de cosas en el país. Lo que Putin dijo e hizo fue irrelevante. Su discurso en el centro Yeltsin de Yekaterinburgo, donde elogió a su predecesor y admiró los logros de los años noventa, le habrían costado su reputación política si de hecho hubiera participado en la vida política. Pero el imaginario Putin siguió existiendo en la conciencia de masas como si nada hubiera pasado, porque en realidad la mayoría de la gente es completamente indiferente a lo que hace una persona real con el mismo nombre que ocupa un lugar en el gabinete del Kremlin.

En última instancia, la calificación de Putin es idéntica a la creencia de que la situación del país y sus habitantes de alguna manera mejorará por sí mismo sin ninguna lucha y sin ninguna participación de nuestra parte. Sin embargo, esta fe se va debilitando cada día, desaparece y es reemplazada por irritación. La otra cara de la popularidad de Putin como figura simbólica que encarna el estado actual es que no hay palabras y acciones que ayuden si la credibilidad del Estado es socavada. Y está siendo socavada no sólo entre activistas, jóvenes politizados o partidarios de cualquier oposición, sino precisamente, en primer lugar, entre los habitantes. Bajo tales circunstancias, Putin podrá pescar algún lucio gigante (3) o hasta besar a las ranas, no conseguirá nada. Si antes el presidente fue perdonado incluso por declaraciones o acciones francamente infructuosas, cómicas e impropias, ahora incluso con las RRPP más brillantes, creativamente diseñadas y magistralmente llevadas a cabo, no darán el resultado esperado. Más bien, tendrá el efecto contrario. Porque incluso las personas que sinceramente piensan que puedan estar molestas por el video del presidente con el lucio, en realidad se irritan con algo muy diferente: el nivel de los precios, el estado de cosas con los salarios, el desmantelamiento de los servicios médicos y, lo más importante, la falta de perspectivas personales para mejorar la situación.

El apoyo simbólico (y, por definición, pasivo y apolítico) del poder descansa sobre el individualismo filisteo que triunfó entre los habitantes de Rusia tras el colapso de las esperanzas de una transformación positiva de la URSS en el transcurso de la perestroika. En un momento en que las autoridades demuestran convincentemente la incapacidad de mantener incluso la estabilidad, para asegurar al menos que no haya un deterioro constante de la situación de un individuo apolítico, su patriotismo pasivo se convierte de pro-Kremlin en anti-Kremlin. Y en lugar de Putin virtual viene el Stalin virtual, encarnando la idea de éxitos reales y perdidos del pasado. Esta idealización del Generalísimo no significa ni un giro de la gente hacia el socialismo ni una comprensión de la necesidad de la lucha de clases. Lo uno eso y lo otro vendrán sólo cuando la gente deje de esperar a su salvador mágico, y comience a actuar por sí misma, empezando por aprender de su propia experiencia, convirtiéndose gradualmente gente de la ciudad, en ciudadanos.

En este punto, ya no necesitarán un Stalin virtual como alternativa al Putin virtual. Porque ellos - por sus acciones - criarán nuevos, sus propios, verdaderos héroes y líderes.
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Fuente: Rabkor.ru,  20/07/2017

(1) Leningrado 1940 - Nueva York 1996. Poeta ruso-estadounidense de origen judío. Se lo considera el poeta más grande de la época soviética. Premio Nobel de Literatura en 1987.
(2) Kiev 1929 - Moscú 2015. Político que desempeñó altos cargos durante los últimos años de la Unión Soviética y luego Ministro de Asuntos Exteriores y Presidente del Gobierno de Rusia. Presidente de una de las dos cámaras del Soviet Supremo de la URSS. En 1990 y 1991 fue integrante del Consejo presidencial de Mijaíl Gorbachov. Jefe de la KGB, Director del servicio de inteligencia en el extranjero de la Federación Rusa hasta 1996 en que pasó a ser Ministro de RRRE hasta septiembre de 1998. Ganó respetopor su política pragmática para defender los intereses rusos frente a la expansión de la OTAN y fin de la Guerra Fría. Defensor del Multilateralismo como alternativa a la hegemonía estadounidense. Siguió una política exterior de "mediación de bajo costo" para mantener la influencia rusa conocida como la "Doctrina Primakov". Promovió además la alianza entre Rusia, China e India como un "triángulo estratégico". En 1998 la Duma rechazó el intento de Borís Yeltsin para a Víktor Chernomyrdin como Presidente del Gobierno,Yeltsin nombró a Primakov en el cargo como figura de compromiso con la mayoría del parlamento. Logró la aprobación de la reforma tributaria y otras. En canceló en pleno vuelo su viaje a Washington cuando se enteró de que la OTAN había comenzado los bombardeos aéreos sobre Yugoslavia. Su oposición al unilateralismo estadounidense fue muy popular entre los rusos, ocupó por sorpresa el aeropuerto de Pristina bloqueando a las fuerzas de la OTAN al terminar la guerra de Kosovo. Yeltsin lo destituyó en 1999 para evitar un competidor más popular. Primakov se había negado a destituir a funcionarios comunistas. Finalmente Yeltsin renunció para ceder el gobierno a Vladímir Putin.
(6) En 2013 Putin divulgó una foto en la que aparecía habiendo pescado un lucio de 21 kg en sus vacaciones en Siberia, se especuló conque la foto fuese trucada.

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